Santa Cecilia de Montserrat es un lugar consagrado por los siglos. Fundado el año 945 d.C., el templo a penas conserva indicios de aquella obra pre-románica. Casi todo lo que observamos pertenece a las reformas y modificaciones de los siglos XI y posteriores. En el exterior se pueden admirar los tres ábsides lombardos con sus características fajas y arcuaciones. En el interior disfrutamos de un espacio casi cuadrado, constituido por tres naves que tienen la singularidad que las laterales son más cortas que la principal y que se comunican entre ellas por dos grandes arcadas. La diferencia de nivel de estas naves se explica por la pendiente de la montaña sobre la que está edificada la iglesia. Este espacio, severo pero amable por sus proporciones asequibles, enriquecido por las pinturas y los vitrales de Sean Scully, ha acentuado notablemente sus características de espacio sagrado, con la luz tamizada por los vitrales, elementos, todos ellos, que predisponen el espíritu a una actitud respetuosa de silencio tranquilo, reflexión calmada y experiencia de lo sagrado.
Durante once siglos ininterrumpidos, Santa Cecilia ha sido un lugar de culto, y la intervención artística de Sean Scully no altera esta función. El pintor irlandés ha querido expresamente que este espacio fuese un punto de encuentro entre la secular tradición religiosa y el arte de vanguardia más genuino que se perpetua hoy con la creación de Sean Scully.